El señor Scheler hacía un largo viaje por ferrocarril… Sentado y solo, en el asiento frente a él, iba un pequeño niño de unos cinco años de edad… El aspecto tranquilo y sereno del niño indicaba cierta seguridad y confianza no muy común en un niño de esa edad que viaja solo… El señor Shuler se inclinó hacia el niño para conversar con él.
— ¿Viajas solo, hijo?
—En este coche voy solo —contestó el niño con aplomo.
— ¿Y no te da miedo viajar solo?
Los ojos del niño se abrieron con viveza, y con una sonrisa en los labios contestó:
— ¿Miedo? No, señor. No tengo miedo.
—Te felicito por tener tanto valor —le dijo el señor Shuler—, pero a veces el tren se descarrila o choca… ¿No te da eso miedo?
El niño se mostró impaciente y, sin esconder su inquietud, se acercó al señor Shuler y le respondió al oído:
—Nada puede hacerme daño mientras viajo en este tren, señor… El conductor es mi papá.
¡¡Amigos!!… ¡Cuántas veces no nos habremos sentido solos en el tren de la vida!… Temores e incertidumbres nos han invadido el corazón, en este año 2020 … Hemos vivido llenos de sobresalto y desconfianza … la pandemia ha retrocedido, pero aún sigue latente en el aire… la atmosfera se pone tensa y el aire se puede cortar con un bisturí … ¿Quién sabe si hasta hemos pensado tirarnos del tren?… ¿Cuántos no se han suicidado ante la confusión de la vida?… ¿De dónde viene esa desconfianza? Viene por no saber cómo conducir el tren de nuestra vida.
Es fácil perder la fe cuando nosotros mismos somos nuestro propio dios… Decimos: «Yo tomaré las decisiones en mi vida… Yo veré qué es lo que quiero hacer… Yo determinaré mi presente y mi futuro… Yo cuidaré de mí mismo… ¿Y qué ocurre?… Nuestra vida se convierte en una sola masa de confusión.
Comprendamos que no somos capaces de dirigir nuestra propia vida… Podremos por un tiempo pretender conducirla por el camino del bien, pero dos cosas ocurren… nos cansamos de tomar todas las decisiones y, cuando vemos que nuestras decisiones fallan, nos desanimamos y abandonamos el timón de nuestra vida.
¡¡Amados!!… Es por eso que tantos se dan al alcohol y a las drogas, a la vida licenciosa y al descuido moral.
El único que nos puede dirigir de victoria en victoria es Jesucristo. Él sabe lo que necesitamos y advierte los peligros del camino.
El niño del tren se sentía seguro porque su padre era el conductor. Nosotros también podemos viajar confiados, si Cristo es nuestro conductor. . Invitémoslo a ser el guía de nuestra vida, Él sólo espera que le hagamos la invitación.
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