CAMINO A LA VICTORIA

En la vida tenemos muchos tropiezos, algunos son difíciles de superar otros no duelen tanto, el señor Jesucristo dejó su trono y vino a este mundo como cualquier ser humano.   La biblia nos cuenta cómo fue su vida, su infancia. Tenía una familia terrenal conformada por su padre, madre, y hermanos, él fue un niño como todos, pero con gran diferencia.

El, desde su infancia mostró gran interés por enseñar las escrituras. Un día se les perdió a sus padres, y al encontrarlo estaba en el templo enseñando.                                                               Fue un joven sujeto a sus padres, y así creció hasta tener edad de salir hacer la voluntad de su padre Dios. Jesucristo empezó un camino difícil de recorrer, buscando y seleccionando a los apóstoles, estos serían los encargados de llevar las buenas nuevas al mundo.                                                                                    Jesús preparo a cada uno de estos, incluido el que lo traicionó, en sus tres años de ministerio enfrentó dificultades como cualquier ser humano: Lo menospreciaban por ser hijo del carpintero, y por la ciudad donde venía. Muchos lo seguían no por lo que era, si no por lo que les daba, en varias ocasiones multiplicó peces y pan, para que se alimentaran.

Un día ya acercándose la hora de su muerte reunió a sus discípulos, para decirles lo que iba acontecer, pero también quería mostrar que entre ellos estaba el traidor.                                                                                                         Así empezó un camino a la muerte que, para él, no sería fácil, pues era humano y su cuerpo pasaría dolor. Una noche pidió a su padre Dios, que si era posible lo liberará de ese problema.                          Mat. 26:39 “Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” … Jesús sufrió traición, lo golpearon, lo escupieron, lo desnudaron.

Pero lo más cruel fue, ser crucificado como cualquier hombre malvado de ese momento, tanto que lo crucificaron en medio de dos ladrones, Jesús murió… pero acá no termina la historia al contrario comienza… porque Jesús resucitó al tercer día.

La cruz no fue una derrota, más bien es una victoria, si tomamos conjuntamente la cruz y la resurrección, son la mayor victoria que se ha dado en la historia del mundo. Es una victoria que tiene unas implicaciones enormes para nuestras propias vidas, para la sociedad y para el futuro de este mundo.                                                 La palabra Victoria puede sonar a orgullo, prepotencia, pero la palabra «victoria» no es una palabra negativa en la Biblia ni en el Nuevo Testamento.

La clave para comprender correctamente la palabra «victoria» es verla como un don que fue posible «por medio de nuestro Señor Jesucristo». Esto significa que la respuesta apropiada no es el orgullo, sino el agradecimiento. La mayor batalla que puede tener el ser humano está en su mente y corazón, allí es donde se gana o se pierde la victoria. A Dios no solo le preocupan tus acciones y tus palabras, le interesa tu ser interior. Dios nos mira y examina, «escudriña lo más recóndito del ser» y «juzga las intenciones» (prov. 21:2).

A Dios le agrada más la justicia y la rectitud que los sacrificios, el espíritu humano es la lámpara del Señor, pues escudriña lo más recóndito del ser» (prov. 20:27) … Regularmente oro como dice el Salmo 139:23 “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno” … La victoria para cada mente y corazón, se da con el amor y fidelidad a Dios y su palabra.

Otra victoria que tenemos es sobre la muerte. Muchos piensan que, con ella, todo se termina, pero no es así. El apóstol Pablo dice «La muerte ha sido devorada por la victoria» (1°Cor 15:54). «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?» (1°cor 15:55).

«Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano».

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Hna. Dirsa Villalobos