ALTO COMO ÁRBOL

Efesios 4:11  Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros,
4:12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,
4:13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
4:14 para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,
4:15 sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,
4:16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.

Una de las maravillas que podemos encontrar en este mundo son los árboles, y más si tenemos la dicha de plantar uno.  Ver cómo una pequeña semilla, con los años, las estaciones y a pesar de las circunstancias, llegue a crecer tan alto con un edificio, ser testigo como sus ramas, su tronco y raíces son fuente de vida y sustento para muchas otras especies que viven en su entorno, es más que sorprendente.

Lo mismo sucede con lo que emprendemos en nuestra vida, quizás hayamos plantado, regado y cuidado con gran esmero ese “árbol”, que con el tiempo lo vemos crecer y madurar hasta convertirse en uno que da frutos, por ejemplo, años de estudio, nos depararán un buen empleo, o para los que les gusta la música o alguna expresión artística, con los años y la práctica mejorarán sus técnicas y podrán entregar al mundo hermosas obras de arte.

Con los años también he recibido noticias de personas en las cuales invertí parte de mi tiempo y mi vida, me alegró enterarme de que han madurado y sirven al Señor en diferentes áreas y todo ello sin ninguna ayuda de mi parte.  Esto es un recordatorio de las palabras que utilizó el apóstol Pablo a los Corintios: “Yo planté, Apolos regó; pero Dios dio el crecimiento” (1° Cor. 3:6).  Plantamos buenos principios y cuidamos las vidas de personas que Dios permite que transiten en nuestro camino por algún tiempo, pero finalmente Dios es el encargado de dar el crecimiento a las personas y usarles para llevar a otros sus buenas noticias, repitiendo el ciclo de sembrar y cuidar.

El teólogo alemán Helmut Thielicke, dijo las siguientes palabras: “El hombre que no sabe cómo soltar las riendas, que desconoce el gozarse con confianza y sosiego en Aquel que lleva a cabo Sus propósitos sin nuestra participación (o también mediante o a pesar de nosotros), en Aquel que hace crecer los árboles […] ese hombre, en su vejez, no se convertirá en otra cosa que en una criatura miserable”.

Basados en estas palabras, salta la pregunta: ¿qué esperas? … nunca será tarde para sembrar uno o dos “arbolitos”, verlos crecer y cuidarlos, es una experiencia sin igual.

El discipulado cambia vidas, al compartir tu tiempo creces como persona, y a la vez eres testigo de cómo Dios hace crecer sobrenaturalmente Su vida en la de otro (Juan 3:30).

 “Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, quien da el crecimiento.” (1° Co. 3:7).

 

Hno. Gunder.