Colosenses 3:5 Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría;
3:6 cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia,
3:7 en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.
3:8 Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos,
3:10 y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno,
3:11 donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.
En cierta ocasión caminando por el parque, me encontré con un hombre que me preguntó qué pensaba de la vida. Cuando me referí a mi confianza en el Hijo de Dios, se emocionó mucho. Lloró y dijo que él también conocía a Cristo como Salvador, y citó algunos versículos bíblicos acerca de la vida eterna.
Cuando nos despedimos, el hombre me recordó que predicase la Palabra. Sin embargo, me resultó difícil aceptar su amonestación, porque él estaba completamente borracho. Hablando con dificultad, varias veces gritó: “¡Alabado sea Dios!”, lo cual atrajo las miradas de los transeúntes. Su ebria condición emitía un grito de protesta a las sobrias verdades que se escuchaban por las calles. Seguí caminando y mientras me alejaba, me preguntaba ¿cómo la conducta de una persona puede representar mal el mensaje del evangelio y confundir a un mundo incrédulo?
Cuando llegue a casa me golpeo la dura realidad de cómo se pierde la credibilidad de un creyente, cuando nuestra conducta revela que estamos controlados por deseos pecaminosos y no por el Espíritu Santo. No podemos esperar que otros crean un mensaje que nuestras acciones contradicen.
Cada día hemos de “hacer morir”, aquellos actos que empañarían nuestro testimonio (Col. 3:5). Sólo entonces podemos estar seguros de ofrecer una “prueba contundente” de una fe viva.
Un mal ejemplo socaba las buenas palabras.
Si tu vida no es un buen testimonio, tu testimonio no tiene vida.
Hno. Gunder.