2° Corintios 1:3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación,
1:4 el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.
1:5 Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación.
1:6 Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos.
1:7 Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que, así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación.
Quizás una de las cosas más seguras que tenemos en este mundo, es que tarde o temprano vamos a pasar por una situación difícil, por ejemplo: cuando perdemos a un ser querido, cuando nos despiden del trabajo, o cuando sufrimos una enfermedad, tan sólo por mencionar algunas.
Pero, a diferencia de otros, cuando disfrutamos de la compañía de personas fieles que asisten a una iglesia, una y otra vez vemos que los miembros del cuerpo de Cristo se sostienen y animan mutuamente. Los creyentes hemos aprendido que podemos utilizar nuestras propias pruebas para alcanzar a otros que atraviesan dificultades similares.
¿Has estado enfermo? ¿Perdiste a un ser amado? ¿Estuviste preso? ¿Te trataron mal? En todas tus pruebas e incluso en los momentos más oscuros, Dios promete estar ahí contigo (Stgo. 1:2) y también lo hace tu familia de la iglesia (Salmos 133:1).
Esto ocurre especialmente cuando compartes el consuelo que Él te ha brindado con quienes ahora atraviesan pruebas en su vida.
Como señala el apóstol Pablo en 2° Cor. 1:3-7, somos consolados por un Salvador que conoce nuestras angustias y a quien honramos cuando transmitimos su consuelo para tranquilizar a los demás.
En la última semana de su ministerio público en esta tierra, Jesus también experimentó múltiples situaciones terribles, hasta la muerte en una cruenta cruz, donde permaneció firme en su misión de salvarnos, por lo que puedes estar seguro de que Él sabe lo es sufrir injustamente; con esto quiso enseñarnos a permanecer firmes en nuestra fe sin importar las circunstancias.
Nunca dejes que otra persona sufra sola. Si conoces el sendero que otro está atravesando, Dios te ayudará a guiarlo a su presencia que es el consuelo más seguro de todos.
Nuestro Señor está a tu lado siempre, no lo dudes, pero has que también otros lo sepan.
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no puede compadecerse de nuestras debilidades, pues él fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado” (Heb. 4:15).
Hno. Gunder