
Apocalipsis 1:9 Y los hombres se quemaron con el gran calor, y
blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas
plagas, y no se arrepintieron para darle gloria.
16:10 El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia;
y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas,
16:11 y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por
sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras.
16:12 El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y
el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a
los reyes del oriente.
16:13 Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y
de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de
ranas;
16:14 pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a
los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla
de aquel gran día del Dios Todopoderoso.
En uno de nuestros viajes familiares, tuvimos la increíble
oportunidad de visitar el salto del Laja en Chile, donde se puede
apreciar uno de los saltos de agua más sorprendentes del mundo.
La gran cantidad de cascadas nos dejaron sin aliento, pero lo que
más nos impresionó del lugar no fue ni el panorama ni el agua que
salpicaba, sino el ruido. Era más que ensordecedor; sentimos
como si el propio sonido nos envolviera. Fue una experiencia
asombrosa que nos hizo recordar lo pequeños que somos.
Teniendo eso en mente, no pude evitar pensar en el apóstol Juan,
en Apocalipsis 1:15. Mientras estaba en la isla de Patmos, tuvo
una visión de Jesús. El apóstol describió a Jesús en la gloria de su
resurrección y detalló su vestimenta y sus cualidades físicas.
Después, señaló que la voz de Cristo era como el “estruendo de
muchas aguas” (v. 15).
No entendí las implicaciones de esas palabras hasta que visité ese
lugar y quedé impresionado ante el ruido estruendoso de las
cataratas. Cuando aquellas potentes aguas me recordaron lo
pequeño que soy, comprendí mejor por qué el apóstol Juan cayó
como muerto a los pies del Señor (v. 17).
Quizás esta ilustración te ayude a captar la majestuosidad de la
presencia de Jesús y te impulse a seguir el ejemplo de Juan al
adorar a nuestro extraordinario Salvador.
¡Tenemos un gran Dios! Reconócelo y respétalo.
Pongamos en práctica las palabras de Jesús… “Respondiendo
Jesús, le dijo: Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, Y a él solo
servirás” (Lucas 4:8).
Hno. Gunder.