Apoc. 1:9Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.
1:10 Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta,
1:11 que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
1:12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro,
1:13 y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.
1:14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego;
1:15 y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
Un día un soldado raso fue llamado por su coronel. Se puso muy nervioso pues nunca había hablado con el oficial de alto rango, y se preguntaba porque querría hablar con él, y esperaba no demostrar tanto su temor cuando estuviera frente a este hombre, finalmente supo que el encuentro era sólo para felicitarle por la buena labor que estaba haciendo.
¿Saben amigos (as)? … Al pensar en esta situación, recuerdo que a los creyentes nos espera un encuentro aún más imponente. Un día estaremos ante la presencia del Señor para que Él evalúe nuestra vida, tal como lo dice 2° Co. 5:10: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba según lo que haya hecho por medio del cuerpo, sea bueno o malo”.
Debemos darnos cuenta que las cosas “están todas desnudas y expuestas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb 4:13).
Es impresionante la forma en la cual el apóstol Juan reaccionó cuando vio a Jesús en su extraordinaria gloria: “Cuando le vi, caí como muerto a sus pies…” (Apoc.1:17) y aquel mismo Jesús, que murió en la cruz y tres días después resucitó, tocó a su amado discípulo y le dijo: “no temas”.
Estas mismas palabras deben resonar en nuestros oídos, y deben resultar consoladoras; al entender lo que Jesús hizo al morir por nosotros sin merecerlo. Al resucitar de la muerte, Jesús destruyó el poder de la muerte para que nosotros tuviéramos la libertad de servirle. La expectativa de encontrarnos con nuestro Señor, debe ser impresionante, más nunca aterradora.
Si en verdad has aceptado el regalo de salvación de Jesús, no tienes por qué temer a su juicio, solo recordar las palabras del discípulo amado… “Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y puso sobre mí su mano derecha y me dijo: “No temas. Yo soy el primero y el último” (Apoc.1:17).
Hno. Gunder
