LUCAS 8:4 Juntándose una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por parábola:
8:5 El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron.
8:6 Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad.
8:7 Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron.
8:8 Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga.
Uno de los hechos más marcados en mi vida, es que a la edad de 10 años me internaron en un hogar de menores, debido a que mis padres se ausentaron de la ciudad por motivos de trabajo, y al no tener más familiares cerca, encontraron esta solución. Allí me encontré con “Papilo”, un muchacho muy especial, “demasiado especial” diría yo.
Se trataba de un muchacho muy problemático que vivía en este lugar, pero estaba a disgusto en ese lugar. Era desobediente, insolente, violento, y en lo más profundo de su corazón sentía una tristeza que le ahogaba, y es por ello que en un intento de superar esta situación, huyó; no una, sino tres veces. Recuerdo que en su última fuga el muchacho se llevó una Biblia, que unos misioneros habían regalado a los directores del lugar.
Luego de un tiempo, el joven regresó al internado, encontrándose con muchos de los que habían sido sus compañeros y con los encargados del lugar. Asombró a quienes le escuchaban cuando les contó, que después de un rato de haber divagado por aquí y por allá, empezó a leer la Biblia y terminó concluyendo: “¡Quiero aceptar a ese Jesús del que habla la Biblia!”.
¡¡Amigos (as)!!… ¡Cuán increíble es la Biblia! A través de la historia ha logrado conquistar corazones, de ladrones, asesinos, tramposos, embusteros, y hasta el corazón atormentado de un joven a quien el Espíritu de Dios, se encargó de mostrarle su necesidad de salvación a través de ella.
Ciertamente hoy al igual que ayer, vivimos en un mundo que necesita oír las buenas nuevas que la Biblia ofrece. La Palabra de Dios contiene en sus páginas palabras de consuelo, esperanza, gozo y redención; así como palabras de juicio por los pecados que cometemos, que nos hacen meditar en nuestras acciones, y corregir nuestro andar.
Sin embargo, no todo el que lee la Palabra de Dios entiende su necesidad de salvación. El mismo Señor nos advierte de ello claramente en la muy conocida parábola del sembrador, la cual encontramos en Lucas 8:4-15. Hemos de sembrar semillas de la Palabra de Dios, pero nosotros no decidimos en cual corazón habrán de germinar, nuestra labor se limita a sembrar y regar las semillas.
Muchas veces buscamos herramientas para testificar de nuestra fe, lo cual no es malo, pero muchas veces pasamos por alto la mejor de las herramientas: la Palabra de Dios. ¿Por qué no regalas una Biblia? El libro de Dios sigue cambiando vidas. La Palabra de Dios es una flecha que siempre da en el blanco.
Regalar una biblia es dar algo eterno. “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (hebreos 4:12)
Hno. Gunder
